Un programa “sursum corda”
Julio 28 de 2007
Laura –cambio su nombre para proteger su identidad-, una niña de apenas 11 años, desesperada con las burlas, la exclusión y las intimidaciones de sus compañeros de clase, intentó acabar con su vida en dos oportunidades. Llevaba perdidas todas las materias y su madre tuvo que retirarla del colegio antes de terminar el año. Hoy es una niña contenta, que figura entre las mejores alumnas de su clase.
Ella era víctima del abuso escolar (‘bullying’), que consiste en humillar a un compañero, exponerlo a actos de crueldad física y emocional de manera permanente por parte de uno o varios de sus pares.
El ‘bullying’ afecta ambos sexos y está presente a diario en todos los colegios de todos los estratos socioeconómicos en todo el mundo. Su frecuencia varía entre 60% en algunos países africanos y alrededor del 40% en Venezuela y Chile, según encuestas de la Organización Mundial de la Salud. En Seattle, sus verdugos persiguieron a una víctima por la internet, a pesar del cambio de colegio, hasta que finalmente ella se suicidó.
El abuso escolar es un foco perverso de crueldad en uno de los ambientes que más inciden en la formación de la personalidad. Además de sus efectos en las víctimas (somatización, depresión, fracaso escolar, desesperación que puede llevar al suicidio y frustración profesional), la tolerancia de esta conducta es un semillero de violencia social: 40% de los agresores que no se han corregido antes de terminar la secundaria han cometido algún delito grave antes de los 24 años y 60% han tenido al menos un problema con la ley, según el profesor noruego Dan Olweus.
Los colegios también se ven afectados con altas tasas de ausentismo, bajo rendimiento académico, indisciplina y falta de confianza en la autoridad.
Pero, ¿por qué Laura se salvó?
Porque a diferencia de la niña de Seattle, encontró cupo en uno de los colegios de la Arquidiócesis de Cali que iniciaron, hace dos años, un programa para prevenir el abuso escolar.
Con el apoyo de la Fundación Carvajal, la Corporación Corvecinos,y con la asesoría de una profesional experta en el tema, los rectores y docentes de quince colegios arquidiocesanos han aprendido a distinguir el abuso escolar de las peleas y conflictos de la vida diaria, a reprimirlos cuando ocurren, a sancionar a los agresores, a empoderar a las víctimas, a involucrar a los estudiantes pasivos en la creación de una cultura escolar antiabuso, a trabajar con los padres de los agresores para corregirlos y con los de las víctimas para fortalecerlos.
El primer paso para solucionar un problema es reconocerlo; por fortuna, ya en Colombia se empieza a mencionar este abuso aunque con diferentes nombres (matoneo, acoso, ‘bullying’, etc.). Falta, sin embargo, diferenciarlo del conflicto y darle un tratamiento especial que complementa –pero no sustituye- los programas igualmente necesarios de mediación, solución de conflictos y formación en valores.
Con recursos muy escasos, pero con una mística y una generosidad que los multiplica muchas veces, este puñado de docentes –de una manera sigilosa y sin ruido– ya tiene a 20.000 de los 35.000 alumnos que tiene la Arquidiócesis, amparados en ambientes escolares que no toleran el abuso, los 15.000 restantes los cubrirán el año entrante.
Soffy de Vega, en latín macarrónico, acostumbra decir “rabo inter pernorum”, en vez de “con la cola entre las piernas”. Es tal la discreción con que se adelanta esta maravillosa obra educativa, que Soffy diría que parece hecha “sursum corda”, o sea, “por debajo de cuerpo".
Puedes encontrar otra informacion sobre bullying o matoneo escolar en:
educolombia-edinsondiaz.blogspot.com